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Justin Bieber en Barcelona

El cantante, que se alojará en un céntrico hotel de la capital española, cuyo nombre no se ha desvelado para evitar que una avalancha de seguidores se agolpen a la entrada o intenten colarse en su habitación par tocar a Justin o poder hacerse una foto con él, estará poco más de un día en Madrid, porque el miércoles 6 de abril ofrecerá su segundo y último concierto en España en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Después de su paso por Alemania, donde era fotografiado hace unas horas, Justin Bieber ha aterrizado en el aeropuerto madrileño de Barajas y lo primero que ha visitado en España ha sido un McDonald's, seguramente para reponer fuerzas y coger impulso para los tres intensos días que pasará en nuestro país con una agenda apretadísima

. La llegada de Justin Bieber a España, trending topic en Twitter A los ensayos previos a los dos conciertos se suma la premiere de su documental 'Never Say Never

', que aunque no será hasta el día 15 de abril cuando se presente, Justin Bieber ha querido adelantar unos días la presentación para poder asistir en persona. Tanta es la expectación que está causando esta visita del canadiense a España, que durante unas horas ha sido 'trending topic' en Twitter la etiqueta #WelcometoSpainBiebs. Durante estos tres días, seguramente el cantante de 'Baby' echará mucho de menos a su novia Selena Gomez

, que está en Estados Unidos, donde ha asistido este fin de semana a los Kid's Choice Awards 2011

. Y para que la actriz y cantante sepa que Justin Bieber la tiene muy presente allá por donde va, le ha dejado un mensaje en Twitter

 en el que, en español, la dice "te amo mi amor".

El furor adolescente de Justin

La estrella desata el delirio en un Sant Jordi abarrotado tanto de niñas como de madres El mediático Justin Bieber se presentó en Barcelona ante más de 18.000 aficionados "¿Qué tengo que hacer para haceros sonreír, Barcelona?", dijo el ídolo de fans En Madrid fueron casi 15.000 y ayer fueron más de 18.000 los fans que en Barcelona no quisieron perderse el concierto de una de las figuras más mediáticas del pop adolescente actual, una ceremonia para la apoteósica entronización de Justin Bieber como rey del pop adolescente. La estrella canadiense, de 17 años y con una fama planetaria afianzada sobre su presencia masiva e invasiva en internet, se presentaba en la gira My World Tour en un Palau de Sant Jordi abarrotado por un ejército de incondicionales. Una masa, sobre todo de niñas y madres, que convirtió lo que teóricamente iba a ser una velada de pop digerible, r’n’b rítmico y empapado en almíbar, coreografías de estética Disney Channel y espectacularidad relativa –tras las exhibiciones recientemente vistas en idéntico marco de Roger Waters o Kylie Minogue–, en un baño de masas, en el que muy poco tenían que ver la armonía, la melodía y el ritmo. Lo realmente cercano a la música fueron los temas que sonaron durante la espera, todos de su admirado Michael Jackson. Media hora con, este sí, el rey del pop. A las ocho y media de la tarde, y entre el tópico pero muy real griterío enloquecido y enloquecedor de la chiquillería de toda edad, Bieber rompió el ensueño y se hizo realidad. Era el mismo Bieber que hace un día decía que es un chico muy normal y que “echo de menos cosas habituales, como quedar con mis amigos o estar en casa sin hacer nada”.Oque es “muy espiritual” y que cada noche, cuando se va a la cama, cree que “he sido una buena persona”. Estas consideraciones filosóficas no fueron las predominantes en el concierto de la capital catalana, sino más bien cuestiones que versaban sobre lo bien que le sienta el flequillo, lo mono que es, lo bien que canta (!), la gracia de su vestimenta o cosas igual de excitantes, para una audiencia infantil y adolescente ávida de tener a uno realmente de los suyos en carne y hueso a unos metros. Y si encima le encanta dirigirse al público de forma tan reiterada como tópica, felicidad para todos. Su presencia se extendió poco más allá de la hora y media, periodo de tiempo que le permitió desgranar algunos de sus canciones más emblemáticas, como las archiconocidas One time o Baby. Su espectacular show vino precedido por un despliegue de rayos láser, cañones de humo, proyecciones... y la introducción del discjockey Tay James, encargado de presentar a un jovenzuelo canadiense cantante, que apareció envuelto en una esfera y que arrancó su actuación con Love me, una pieza trotona aderezada con algunas costuras del Lovefool de los Cardigans. La velada fue una sucesión de los hits que contienen sus hasta ahora sólo dos discos My world y My world 2.0, así como algunas versiones, hasta alcanzar los 18 títulos. Entre ellos, los multicoreados Bigger –tras el que recurrió a la misma presentación empleada 24 horas antes en Madrid: “Sois los mejores fans del mundo, ¿qué tengo que hacer para que sonriáis?”–, U smile, a los que siguieron relecturas acústicas de Never let you go o Favourite girl (guitarra en ristre y sobre una estructura metálica en forma de corazón que gravitaba sobre las cabezas del gentío). A partir de allí, un par de cambios de vestuario, varios montajes de vídeo –uno divino, con enternecedores retazos de cuando era bebé, un rapaz o un guitarrista infantil plasta– y otros bombazos musicales como Somebody to love, Never say never o One less lonely girl, que cantó junto a una joven del público. Las versiones para todos los gustos también llegaron con Wanna be startin' something, de Michael Jackson, y Walk this way, de Aerosmith. En la recta final de la velada, la estrella sacó el resto de la artillería con Eeny Meeny, Down to earth o la apoteósica Baby, durante la que se enfundó la camiseta del Barça, sin dorsal y con su nombre. Y a dormir, que mañana hay cole.

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